lunes, 4 de septiembre de 2017

Así arruinó ETA hace 20 años la vida de Pepín, exalcalde de Rincón de la Victoria 24 / 31 Logotipo de El Confidencial El Confidencial Agustín Rivera. Málaga Hace 4 horas


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El exalcalde de Rincón de la Victoria José María Gómez, el pasado martes, delante de su antiguo domicilio. (A. R.) © Externa El exalcalde de Rincón de la Victoria José María Gómez, el pasado martes, delante de su antiguo domicilio. (A. R.)
El 18 de agosto de 1997, José María Gómez llevó a sus tres hijos y a su mujer a un 'camping' en la Alpujarra. Un Renault 5 oscuro le seguía desde Lanjarón (Granada). No le hizo mucho caso. Tras dejar a su familia en el lugar de vacaciones, se volvió solo a Rincón de la Victoria (Málaga). Aún le quedaba hora y media de regreso a su casa. Estaba cansado y aparcó el coche.
Paró en el albergue de Pitres, antes de Trevélez, para comer un bocadillo. En la barra se dio cuenta de que una chica con el flequillo recortado le observaba de modo fijo. Iba acompañada de otros dos chicos, de pelo largo con rasta. Vestían vaqueros y polo. Pagó la cuenta, arrancó su vehículo, un Opel Kadett GSI, y dos kilómetros más adelante, volvió a ver el mismo utilitario. Otra vez el Renault 5. Querían adelantarle en una zona estrecha y barrancosa. En esa carretera era difícil —y muy peligroso— circular a más de 50 km/hora. Le pitaron, le insultaron. José María se negó a cederles el paso.
Cuatro años más tarde, en 2001, entendió, tras acceder a la investigación policial del Comando Andalucía de ETA, la obcecación de este trío del R5 en el adelantamiento. Querían atravesar el coche en la vía y secuestrarle, como figuraba en la documentación incautada a la organización terrorista. El sitio era ideal. Un secuestro rápido, sin testigos, en una carretera con escaso tráfico. Aquello fue justo 36 días después del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. José María Gómez, también conocido como ‘Pepín’, tenía 41 años, era alcalde de Rincón de la Victoria (1995-2003) y ETA estaba empañada en asesinarle.
Le siguen vigilando
Ese cabreo al volante de un conductor con muchos años de experiencia llevando camiones, antes de convertirse en empresario de electrónica, además de su carácter fuerte, le salvó la vida. Cuando llegó a su pueblo (entonces con 15.000 residentes, hoy con 45.000 y 150.000 en julio y agosto), se tomó una cerveza con los amigos en el bar Plaza, en la puerta del ayuntamiento. Volvió a ver el mismo R5, pero en aquel momento no se dio cuenta de que era el mismo que el que le había perseguido por las sinuosas carreteras de la Alpujarra.
José María Gómez, en el Paseo Marítimo de Rincón de la Victoria (A. R.). © Proporcionado por El Confidencial José María Gómez, en el Paseo Marítimo de Rincón de la Victoria (A. R.).
El 21 de agosto de 1997 se fue de viaje con Adela, su mujer, y otros dos matrimonios amigos a Cuba. Estuvieron una semana de relax en Varadero. Volvieron el 31 de agosto. “Me acuerdo porque fue el día que murió Lady Di”, señala Gómez, sentado en una cafetería del paseo marítimo de Rincón. Toma un café con leche que enseguida se le enfría. Sabe quién está detrás de él en la cafetería, la del paseo marítimo y hasta la de la playa, muy concurrida a las 17:15 del pasado martes. Domina toda la situación. El miedo que no cesa. Veinte años después.
A la vuelta de Cuba, le compró un nuevo vehículo a su mujer. Un Ford Escort. Ella tenía un Ford Fiesta que entregó al comprar el Escort, pero el nuevo coche no le gustaba por el color (verde botella). Adela le dijo que ese coche no lo quería. La chica del flequillo recortado y los otros dos jóvenes veían cómo José María ya no utilizaba el Kadett; conducía ahora un Escort, no porque fuese el suyo, sino porque su mujer estaba enfadada con la compra de un vehículo que no era de su agrado. La disputa del coche fue lo que le salvó a José María.
Miembros de la banda terrorista ETA declaran su último alto el fuego el 20 de octubre de 2011. (EFE) © Proporcionado por El Confidencial Miembros de la banda terrorista ETA declaran su último alto el fuego el 20 de octubre de 2011. (EFE)
Su casa de la calle Violeta de la coqueta urbanización Cotomar contaba con garaje interior, pero siempre aparcaban los coches fuera.
El lunes 8 de septiembre se celebraba la Virgen de la Victoria, una de las festividades (alternas) de Rincón. En 1997 no era festivo. El alcalde tenía una reunión de asuntos urbanísticos con el concejal del área, Francisco Robles, 39 años. Y ese día tomó las llaves del Opel Kadett y dejó en la puerta de su domicilio el Ford Escort de la discordia, el que causaba tantas discusiones con su mujer.
Llegó al ayuntamiento, leyó el periódico y a las 11 de la mañana, Rocío hablaba con el jefe de la Policía de Rincón, Rafael Carrillo, que fallecería seis años después. La chica trabajaba en un hipermercado, de la avenida la Virgen de la Candelaria, en el centro del pueblo, al lado de la oficina de La Caixa y frente a una plaza donde aparcaban y siguen aparcando los vehículos.
Rocío había visto una caja de caudal con una pila y cables colgando debajo de uno de los coches aparcados. El ayuntamiento está a menos de 100 metros de la plaza y el alcalde se acercó con Carrillo al lugar. Habló con Andrés, un guardia civil de la secreta, y le dijo que estaban hartos de llamadas telefónicas de “niñatos que gastan bromas”. Ya un año antes, en el verano de 1996, recibieron varias amenazas de bomba y tuvieron que desalojar la playas del municipio. Las zonas turísticas españolas (y la Costa del Sol entre las principales) eran objetivo prioritario de ETA.
Acompañado de la policía local, José María se acercó al coche sospechoso que había visto Rocío. Se agachó y comprobó que dos cables salían de una pila de petaca, cuadrada. En cada polo tenía una soldadura realizada con estaño. El político, que en ese momento era del PP y luego fue expulsado del partido en 2003 por discrepancias con su presidente provincial (Joaquín Ramírez), sabía de electricidad. En la década de los ochenta y primeros noventa había trabajado como montador de sistemas eléctricos en oficinas bancarias. "Esto no lo puede haber hecho un niño. Puede ser una bomba", alertó José María.
Se alejaron del coche y llamaron a los Tedax, que vinieron desde Málaga. El alcalde vuelve a la reunión en el ayuntamiento. A las 9:40 recibe una llamada de Andrés, su amigo el secreta. “El perro ha detectado algo raro. Estamos esperando a que venga el robot”. Continúa la reunión. Y unos minutos después oyen un estruendo muy fuerte. La explosión del coche. “Mira, mira, se me ponen los vellos de punta al contarlo”, dice José María. El café se lo ha acabado y sigue mirando de frente con un ojo y con otro vigilando qué ocurre atrás, delante y al fondo.
"Paco, lo que has oído es una bomba. Estaba en tu coche", le dijo el alcalde a Francisco Robles. Él no se lo había dicho para no alarmarle de modo innecesario si al final se trataba de una falsa alarma. "Pepín, tú siempre con las bromas. Déjate de bromas", le dijo Robles. "Que no es una broma. Tu coche ha reventado", le dijo José María.
Acordonaron la zona desde la avenida de la Virgen de la Candelaria hasta el cruce con la avenida del Mediterráneo, la que atraviesa el municipio de Rincón de la Victoria, en paralelo a la costa. Llegaron los medios de comunicación. Los curiosos. Robles hablaba con los periodistas. En el Motorola del alcalde recibe una llamada. "Le paso con el ministro del Interior", le dijo. Jaime Mayor Oreja habla con José María Gómez y le dice sin titubeos: "Quita de en medio al concejal que está saliendo en TVE. Ese chico está demasiado nervioso".
A Robles se le había escapado una lágrima en el directo de TVE. Dos años después se retiró de la política. Mayor Oreja quería ofrecer una imagen dura, de firmeza, de los demócratas ante la banda terrorista. No ofrecer el más mínimo resquicio de debilidad. El momento era muy delicado tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco y con el auge del ‘Espíritu de Ermua’. "Tenemos que reforzar este puñetero país", le dijo el ministro al primer edil ‘rinconero’.
Homenaje a Miguel Ángel Blanco, asesinado hace 20 años por ETA. (EFE) © Proporcionado por El Confidencial Homenaje a Miguel Ángel Blanco, asesinado hace 20 años por ETA. (EFE)
Se sucedían los rumores de más amenazas de bomba. El alcalde repetía un mensaje: “No nos van a amedrentar. A mí me van a matar, pero de pie, no de rodillas; no vamos a claudicar”. Prepararon una manifestación por la tarde en repulsa al atentado contra Robles. La Virgen de la Victoria también salió en procesión. Se barajó suspender la salida de la imagen, pero el alcalde pensó que lo mejor era seguir con lo previsto.
Reunido a las 12:10 de la mañana en la mesa de la alcaldía con los cuatro portavoces municipales redactando el manifiesto, suena el teléfono directo de su despacho. Era su mujer, que le echaba la bronca. “Al final me has dejado el Escort, que te he dicho que no quiero ese coche”, le dijo Adela.
—¡Adela, Adela! Para un momento. Esto es importante. ¿Tú dónde estás?
—Estoy en casa, ¿dónde voy a estar? Estoy esperando a que venga el panadero.
El panadero solía llegar a su vivienda sobre las 12:30. Tras recoger el pan, Adela y sus tres hijos (Adela, de 16, Reme, de 13, y José María, de 12 años) arrancarían el coche para pasar un día de playa, como era habitual en su rutina diaria de verano.
El alcalde había ordenado que revisaran todos los coches de los concejales por si había algún otro artefacto. Y no se dio cuenta de que él tenía otro coche. Cuando terminó de hablar con su mujer, pensó que podría tener una bomba. El capitán de los Tedax le dijo que su coche estaba perfecto. “No, no es el mío; es el de mi mujer”. “¿Cómo? Pero ¿tienes otro coche?”.
Ya habían transcurrido 10 minutos desde la llamada de Adela, furiosa por tener aparcado en la puerta de su casa de la calle Violeta el coche que no quería. El alcalde telefonea otra vez a su mujer. El panadero ya había llegado.
—Pásame a Juan.
—Juan, haz una cosa. Agáchate ante el coche y mira a ver si ves algo.
—Veo como unas cajas…
El alcalde le cortó. Ahí estaba la bomba.
—Juan, escúchame tranquilo. Aléjate con cuidado y, sobre todo, no hagas ningún movimiento extraño, brusco.
El explosivo era sensible a las vibraciones. No hubiera explotado al arrancar el contacto, sino al frenar o dar un giro. El panadero le dio el móvil a Adela. “Lo que Juan ha visto es una bomba”, le dijo a su mujer. Los tres niños estaban ya sentados en la parte de atrás del vehículo.
—Coge a los niños y vete al muro de hormigón del subterráneo de la casa. Actúa con cautela.
Adela, serena, sacó a los tres niños del coche, ya con sus toallas. El niño del matrimonio cumplía 12 años el 9 de septiembre. No ha vuelto a celebrarlo. “No podía soportar que el día de su cumpleaños lo podrían haber enterrado”.
José María Gómez, junto a una oficina de turismo. © Proporcionado por El Confidencial José María Gómez, junto a una oficina de turismo. La Guardia Civil llamó a los Tedax. Cortaron la calle Violeta, una calle con pendiente. Desde abajo, veían el coche. En media hora ,un especialista inclinó el dedo hacia abajo. No había nada que hacer. No podían desactivar la bomba. El capitán dio orden de “reventar el coche”. Eran las 14:00.
El Ford Escort quedó hecho trizas, como deshuesado, desaparecieron el techo y los asientos. Restos de metralla, la cloratita, y con un enorme agujero en los asientos donde hacía menos de media hora sus hijos estaban ya sentados esperando a que su madre arrancara.
José María Gómez enumera hasta cuatro casualidades. 1) El adelantamiento frustrado de los etarras en la Alpujarra. 2) Que aquella mañana no utilizara el Ford Escort. 3) Rocío, la chica que avisó de una caja que sobresalía del coche del concejal de Urbanismo. 4) Cómo reaccionó su mujer.
Todo había pasado. La pesadilla había acabado. Nada más lejos de la realidad. Había comenzado. Pocos días después, a su mujer le entró el pánico y una “depresión terrible”. Fueron a la consulta de un psiquiatra. “Tienes que estar muy atento a Adela. Se quiere quitar de en medio”. Varios intentos de suicidio. Veía a sus niños muertos en el asiento de atrás del Escort. No se podía quitar el complejo de culpa. No se podía perdonar que sus tres hijos podrían haber muerto al instante, en la puerta de su casa, con el coche que ella no quería.
El psiquiatra planteó que la única opción para que Adela estuviera más tranquila pasaba por sedarla con pastillas muy fuertes, pero con efectos secundarios clarísimos: perdería apetito en varios sentidos. “No quiero dar más detalles, pero creo que se entiende lo que quiero decir… Pero lo primero era la vida”, se excusa José María en la conversación con El Confidencial.
"Lloraba, lloraba y lloraba. Noches enteras. Veinte años después, Adela depende de las pastillas, que le quitaron el llanto continuo, pero la han dejado adormilada, tranquila. Mi hija de 17 años asumió un rol importante. Estaba muy pendiente de mi mujer. También una señora que trabajaba con nosotros y que era como de la familia”, comenta.
Su lucha contra el Estado
Adela y su estrés postraumático. Tuvo una operación de espalda. Solicitó acogerse a la Ley 32/1999 de Solidaridad con las Víctimas del Terrorismo. Le conceden una primera indemnización y el derecho a pensión vitalicia. Se la conceden, pero el EVI (Evaluación de la Seguridad Social) la rechaza. Ella es ama de casa y nunca ha cotizado. Se estipula que le pagarían tres veces la paga del SMI (salario mínimo interprofesional). Hace dos años, la sala quinta de la Audiencia Nacional concede una segunda indemnización a Adela por agravamiento de las lesiones sufridas en el atentado y le reconocen una incapacidad absoluta en septiembre de 2015. Sin embargo, otra vez el EVI la impugna. Están pendientes de recurso.
El caso de José María. El psiquiatra le dijo que él también podría caer en depresión. “Me dijeron que tenía que salir, divertirme. Me activé, bueno, en realidad yo nunca me puedo estar quieto, jugaba al fútbol, salí a hacer deporte”, afirma. Cuando deja de ser alcalde en 2003 y se queda con su acta de concejal con un grupo independiente, empieza a pensar más en el terrorismo. Él también empieza a consumir pastillas, “solo para dormir y relajarme un poco”.
ETA no le había quitado del punto de mira. Tres años después del atentado en Rincón de la Victoria, cuando matan a Martín Carpena, fallan en la bomba colocada en el coche de José Asenjo, secretario provincial del PSOE; el entonces subdelegado de Gobierno en Málaga, Carlos Rubio, le avisa de que su nombre ha aparecido en varias listas de objetivos etarras. Le dice que lleve guardaespaldas. Se niega. “Eso no va conmigo. Un escolta llama la atención de dónde estoy y yo soy muy espontáneo. Voy de un lado para otro, no llevo un rumbo fijo”, confiesa.
Mariano Rajoy aplaude a una de las hijas de la fundadora de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. (EFE) © Proporcionado por El Confidencial Mariano Rajoy aplaude a una de las hijas de la fundadora de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. (EFE)
En 2010, el Rey le concede la Adela una medalla al mérito como víctima del terrorismo en un acto celebrado en Sevilla. A José María se le reconoce como tal en 2011. El diploma se lo firma el monarca en 2012. Entre 2008 y 2010, estuvo de baja con tratamientos médicos por no poder dormir bien. Fue indemnizado por baja debido al atentado.
El político se considera una persona fuerte, pero que necesita estar activa, “para librarme de este atrapamiento”. En 2012 le reconocen la incapacidad absoluta, pero la Seguridad Social lo recurre y ganan el Ministerio del Interior y la Seguridad Social. José María ha solicitado una nueva inspección y ha presentado un recurso de reposición ante la Audiencia Nacional. “Yo le dije a un juez de lo social que me encontraba bien, pero es un derecho que tengo como víctima del terrorismo y está reconocido por ley. Me han echado atrás la indemnización”.
La casa estaba “a su gusto”
Tras perder la alcaldía, no pudo volver a montar la empresa tan boyante que tenía antes de entrar en política. Malvendió la casa de la calle Violeta en 1999 y cuando pasa delante de ella le entra la nostalgia. “Estaba hecha a nuestro gusto. Tenía de todo. Ahora vivimos en una más pequeña, vendí un local y otro está alquilado”. A Adela no le gustaba que José María fuera político. En los noventa ganaba de alcalde 1.600 euros al mes. Como empresario, más del doble.
En 2006 se separó de su mujer. “En 2006, cuando perdimos el primer juicio por su indemnización, Adela me decía que se quería separar. Estaba enfadada por todo. Echamos los papeles, pero es una separación ‘light’. Yo convivo con ella, pero no podemos tener vida matrimonial. Lo que tengo es una compañera. No la voy a abandonar. El cariño existe. Mis hijos saben la situación y lo comprenden. Me siento responsable de su enfermedad”.
Adela vive para las pastillas. Se toma ocho o 10 al día. Sabe muy bien a qué hora se las tiene que tomar. Cuáles son las que tiene que ingerir y en qué momento. “Si no se toma alguna, se pone muy nerviosa”. Está activa. Va a la playa con sus amigas, disfruta de sus cinco nietos (el mayor de 10 años y la más pequeña de tres meses) y colabora con la asociación de mujerescontra el cáncer.
Cuando se produce un atentado, como el de las Ramblas o Cambrils, se le revuelve todo. “A Adela y a mí nos repugna internamente. La rabia la llevamos dentro. No entiendo cómo matan a gente inocente. Si veo imágenes, cambiamos de canal. Mis hijos están en silencio para no alterarnos. Y los mejores amigos no me hablan del tema. Solo los más cercanos saben lo que toda mi familia hemos sufrido y seguimos sufriendo. Yo antes del asesinato de Gregorio Ordóñez pensaba que el problema de ETA era del norte, no de Andalucía”.
“Es verdad que han dejado de matar, pero no han dejado las armas. Son unos falsos. Lo que hicieron fue un chantaje. Se han entregado porque no tienen fuerzas y estaban muy controlados por la Guardia Civil. Mientras las víctimas del terrorismo estamos luchando contra el propio Estado por nuestros derechos, los etarras que han asesinado están en la calle”, asegura este político, que a principios de verano permitió con sus votos que el PP regresara a la alcaldía de Rincón. Ha tenido acusaciones de enchufismo, ha sido afiliado del PA (Partido Andalucista) y creó un partido independiente.
Cuando coge el coche, siempre se agacha antes de arrancarlo a ver si hay algo sospechoso. Deja las ruedas bien colocadas para comprobar que nadie lo ha tocado. Cuando va al cine con su nieto a ver una película infantil, siempre elige el último asiento, con el cogote tocando la pared, debajo del proyector. Siempre quiere dominar la situación. “No me fío de nada, ni de nadie”, confiesa. No le gusta posar para las fotos. Saluda a unos vecinos mayores sentados en un banco junto a la avenida Mediterráneo y conduce su monovolumen Ford EcoSport hasta el chalé de la que fue casa, en la calle Violeta. “Jamás nos teníamos que haber ido de ahí”.
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